El PIB ha muerto. ¡Viva la felicidad!
El PIB ha muerto. ¡Viva la felicidad!
Existe consenso en que las
políticas económicas necesitan perseguir objetivos no necesariamente
relacionados con la renta o la productividad, sino también con la satisfacción
vital
Fuente: https://elpais.com/elpais/2017/03/15/planeta_futuro/1489582102_183146.html
El concepto moderno de Producto
Interior Bruto (PIB) fue formulado originalmente por el economista Beloruso
Simon Kuznets en 1934. Desde entonces, y especialmente a partir de los Acuerdos de Bretton Woods,
el PIB ha sido aceptado como el estándar para medir el tamaño de una economía.
Se basa en una ecuación contable muy simple y se puede calcular a partir de la
producción, los recursos, o la renta de un país. En consecuencia, es una
herramienta muy eficaz que los Gobiernos pueden utilizar para decidir qué
variables de política económica son las adecuadas para el crecimiento.
Asimismo, es una medida de éxito macroeconómico que, debido a su extendido uso,
permite a los gobernantes evaluar la eficacia relativa de sus políticas.
Sin embargo, el PIB no mide todo. Para empezar, ignora la relación entre
crecimiento económico y desigualdad. El crecimiento es a menudo una medida muy
pobre de la prosperidad, a pesar de que el mismo Simon Kuznets nos alertó hace
80 años de que “cualquier pretensión de significancia que [la Renta Nacional]
tenga, deberá residir en su pretendido uso para evaluar la contribución de la
actividad económica al bienestar de los habitantes de un país”. Entre 1960 y
2015, el PIB per cápita de Colombia ha crecido cada año sin interrupción (con
la excepción de 1999), lo que sitúa al país como campeón del progreso económico
mundial. No creo, sin embargo, que se pueda pretender que Colombia sea muy
competitiva.
La crítica social ha arreciado tras
la observación de que, mientras que en la última década el PIB en términos
reales ha subido en la mayor parte de los países desarrollados, los salarios
reales se han reducido porque la mayor parte del beneficio derivado de una
economía más grande ha ido a parar a las rentas del capital, no a las rentas
del trabajo. En consecuencia, los Gobiernos y organizaciones internacionales
han empezado a buscar mejores alternativas.
Este tema se discutió en profundidad durante la pasada Cumbre Mundial de Gobiernos celebrada en Dubai en
febrero. Pude observar con agrado que varios países han hecho grandes progresos
para atajar los problemas que conlleva utilizar el PIB. El Reino de Bután
introdujo un indicador de Felicidad Nacional Bruta en 2011. En 2012, Japón ha
llevado a cabo una Encuesta Nacional de Calidad de Vida y ya había creado una
comisión gubernamental para medir el bienestar de la población en 2010. También
algunos sistemas educativos ya están incorporando los conceptos de felicidad y
bienestar: en 2013, Corea del Sur estableció una política de Educación Feliz
para Todos, y Singapur ha incorporado aprendizaje social y emocional dentro de
la asignatura Educación del Carácter y la Ciudadanía en 2013. El Banco Europeo
para la Reconstrucción y el Desarrollo (EBRD) ha llevado a cabo hasta ahora
tres encuestas internacionales para medir el nivel de satisfacción de vida en
34 países. Me pareció también interesante aprender que todas estas métricas
nuevas tienen un impacto tangible en políticas sociales: un buen ejemplo de
ello es el Centro Qué Funciona para el Bienestar (What Works Center for
Wellbeing) en el Reino Unido.
Bután es, por sí mismo, un buen ejemplo de cómo utilizar el
concepto de felicidad como alternativa a la Renta Disponible o el PIB. El
Gobierno butanés realiza una encuesta entre la población en la que mide cuatro
variables relacionadas con el bienestar: desarrollo social y económico justo,
protección de la cultura, protección del medio ambiente, y buen gobierno. Estos
cuatro pilares sostienen el concepto de felicidad que el país gestiona. Para
ser feliz, un butanés necesita niveles de vida adecuados, salud, educación,
medio ambiente, buen gobierno, bienestar psicológico, uso del tiempo,
resiliencia cultural y vitalidad comunitaria. Actualmente, las estadísticas
nacionales muestran que un butanés duerme una media de ocho horas y media al
día.
Otros países están siguiendo los pasos de Bután
En general, ¿qué es lo que hace feliz a la gente, y por qué en
algunos países las personas son más felices que en otros? ¿Por qué los daneses
son más felices que los rusos? Se podrían atribuir diferencias en bienestar a
factores institucionales, no solamente individuales, y por tanto la felicidad
de un país puede ser influida por la política. Al contrario, la felicidad puede
que la determinen factores genéticos o culturales, que harían que los rusos
sean más infelices que los cubanos por diseño natural. Durante la Cumbre
Mundial de Gobiernos, descubrimos que todas estas afirmaciones son ciertas. De
hecho, parece ser que existe un gen
de la felicidad que
ha sido identificado tras analizar el genoma de casi 300.000 individuos. El
estudio, dirigido por los profesores Meike Bartels y Philipp Koellinger de la
Universidad de Ámsterdam, ha aislado tres variantes genéticas para la
felicidad. En otras palabras, nuestra predisposición a ser felices puede ser
predicha al nacer.
La investigación más interesante y de mayor alcance realizada sobre
la felicidad es el Estudio del Desarrollo Adulto de la Universidad de Harvard.
Durante más de 80 años, y desde 1930, un grupo de investigadores han seguido la
trayectoria vital de 268 hombres blancos que fueron estudiantes de la
universidad en 1939-1944, y de 456 hombres también blancos de los barrios de
Boston. El primer grupo incluyó individuos de 19 años en el momento del
estudio, mientras que en el segundo grupo había personas de entre 11 y 16 años
de edad. Al estudiar toda la vida de estos individuos, el equipo dirigido por
el Profesor Robert J. Waldinger ha sido capaz de aislar los factores
ambientales que hacen feliz a la gente. Y, sorprendentemente, estos factores no
tienen nada que ver con renta, riqueza y bienes materiales. El principal ingrediente
es la cualidad de las relaciones humanas: individuos que crecen rodeados de
amigos y familia, y que mantienen relaciones sólidas con otros individuos viven
más felices. De hecho, el preservar este tipo de relaciones ayuda a que vivamos
más tiempo.
En resumen, existe un consenso que afirma que las políticas
económicas necesitan perseguir otro tipo de objetivos, más ambiciosos y no
necesariamente relacionados con la renta disponible o la productividad de un
país, sino también con la satisfacción vital y la felicidad. Ser feliz es un
estado emocional subjetivo, sin embargo podemos medir en qué medida factores
sociales y variables culturales hacen o no feliz a la población.
¿Estamos en una nueva era en la que el crecimiento económico es
solamente una variable entre muchas para diseñar una política económica? En mi
opinión, la sociedad actual exige y necesita una nueva dirección a la política
económica. Las ganancias de productividad y la innovación que hemos disfrutado
en las décadas recientes no se han traducido necesariamente en más prosperidad
para todos. Al contrario, hemos aumentado nuestra competitividad en detrimento
de la equidad en la riqueza. Por tanto, el crecimiento no se asocia
necesariamente a la justicia social y a una vida satisfactoria. Sin embargo,
así como sabemos cuál debería ser la nueva función objetivo de la política
económica, todavía no sabemos bien cómo gestionarla. Esto es, y usando una
analogía del mundo de los negocios, como digo más arriba ya sabemos que la
felicidad es el indicador clave de rendimiento de una sociedad en el siglo
XXI. Sin embargo, no sabemos cuáles son los resortes de valor (value drivers) de la felicidad. No sabemos muy
bien cómo la política económica puede hacer a la población más feliz: ¿cómo
fomentar las relaciones saludables entre las personas? ¿Cómo conseguimos que
nuestro sistema educativo desarrolle la capacidad de pensar con optimismo y
favorezca la colaboración? ¿Cómo puede un Gobierno gestionar la satisfacción de
vida cuando depende de factores culturales o ambientales? Medir es una cosa;
gestionar es otra.
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