Ulrico Zuinglio. El anabaptismo

 

Descontento en la Reforma

Para comprender el anabaptismo, debemos entender cómo se relacionó el protestantismo con la sociedad en la que creció. Martín Lutero (1483-1546), Ulrico Zuinglio (1484-1531) y Juan Calvino (1509-1564) creían en que la reforma debía estar ligada al estado y que las personas que allí vivían debían adoptar la religión del rey o de sus gobernantes. Por lo tanto, el giro hacia el protestantismo, en la mayoría de los casos, no tenía mucho que ver con la conversión personal sino con una especie de obligación estatal.

En ese contexto, algunas ideas resultaban conflictivas. En primer lugar, la interpretación del bautismo resultaba problemática. Dentro del luteranismo y el calvinismo, los niños eran bautizados, ya que nacían en un territorio protestante y los padres "heredaban" la fe a sus hijos. Algunos protestantes concebían que tanto la conversión como el bautismo debían nacer de la libre voluntad y no por la imposición de la iglesia, del estado o de la familia.

En segundo lugar, la participación de los protestantes en diversas guerras, incluidas la guerra contra los musulmanes, generaba un descontento entre varios grupos que consideraban que los creyentes debían aplicar las enseñanzas de Jesús del Sermón del monte de forma literal. Estos descontentos, aparentemente desconectados, fueron la semilla del anabaptismo.

Una nueva comunidad

Se puede rastrear con bastante certeza el origen del anabaptismo en la ciudad de Zurich, en medio de la comunidad de reformadores que seguían a Ulrico Zuinglio. Un grupo de creyentes que analizaban las Escrituras y que encontraban puntos de divergencia entre lo que pedía la Biblia y la práctica de la iglesia que se estaba reformando, trató de instar a Zuinglio a aplicar reformas más estrictas

Ante la imposibilidad de Zuinglio de adelantar reformas más radicales, probablemente por las limitaciones políticas del reformador, este grupo se organizó en una especie de hermandad. Entre quienes conformaban este grupo, estaban Wilhelm Reublin (1484–1559), Felix Manz (1498–1527), John Brotli (1494–1528), Georg Blaurock (1492–1529) y Conrad Grebel (1498–1526). 

Lo primero que hicieron al iniciar la comunidad fue aplicar el bautismo. Georg Blaurock, un exsacerdote católico, le pidió a Conrad Grebel, un joven humanista de familia noble que había vuelto de la Universidad de París, que lo bautizara. Una vez que Blaurock fue bautizado, hizo lo mismo con otros hermanos. Pronto se le dio al grupo el apelativo de "anabaptistas" o "re bautizadores". Este nombre fue impuesto por aquellos que veían con escepticismo el hecho de que el grupo no considerara el bautismo infantil como válido.

Mientras el grupo de anabaptistas crecía, empezaba a despertar una gran oposición tanto por católicos como por los reformadores. El pacifismo extremo que practicaban los anabaptistas se convirtió también en una molestia para quienes querían mantener el orden social y político. Las posturas iniciales que diferenciaban a los anabaptistas de los protestantes y católicos era el hecho de que creían que las autoridades seculares no debían gobernar o interferir en los asuntos de la iglesia.

Persecución, lucha y pacifismo

Pero la persecución oficialmente empezó en 1525, cuando los cantones suizos católicos empezaron a condenar a los anabaptistas con la pena capital. A esto le siguieron los cantones protestantes. En 1521, Carlos V decretó pena de muerte contra los anabaptistas y en 1529 se promulgó un decreto imperial contra el grupo. La cantidad de anabaptistas que murieron en este periodo fue enorme. Fueron quemados, torturados y ahogados, como una especie de condena por el hecho de “rebautizar”. Sin embargo, mientras más era perseguido, más crecía el movimiento.

Pero no todos los anabaptistas fueron pacifistas. Después de que la primera generación del movimiento pereció en la persecución, los anabaptistas se hicieron cada vez más radicales. Thomas Müntzer (1489–1525) unificó varias doctrinas anabaptistas con las ansias de justicia de los campesinos y lideró un movimiento que fue suprimido por los príncipes alemanes en 1525. 

Muchos anabaptistas siguieron el ejemplo de Müntzer, entre ellos Melchior Hoffman (1495–1544). Hoffman empezó a anunciar en Estrasburgo que la venida del Señor estaba cerca, que él sería encarcelado durante seis meses, que vendría el fin y que Estrasburgo sería la Nueva Jerusalén. Abandonó el pacifismo e instó a sus seguidores a luchar contra sus oponentes. 

Más tarde Hoffman es encarcelado, lo que incrementó su popularidad. Luego dijo que la Nueva Jerusalén no sería ya Estrasburgo sino Munster. Pronto llegó la suficiente cantidad de anabaptistas para tomar el control de la ciudad. Una de sus primeras medidas fue el expulsar a los católicos. Pero al final las fuerzas católicas lograron retomar el control de la ciudad y los líderes anabaptistas fueron arrestados y ejecutados. Así concluyó el principal brote de anabaptismo revolucionario.

Pronto, dentro del movimiento se empezó a considerar que el fracaso del movimiento estaría en el abandono de sus posturas pacifistas. El líder más notable de este pensamiento fue un exsacerdote holandés llamado Menno Simons (1496–1561), que había abrazado el anabaptismo en 1536.

Para Simmons, el pacifismo era una parte fundamental del movimiento anabaptista y pasó el resto de su vida predicando este principio. Los seguidores de Menno Simons pasaron a llamarse “menonitas”. A partir de este momento, el anabaptismo abandonó para siempre la violencia y el movimiento empezó a florecer.

Algunas características de los menonitas era que se negaban a prestar juramento, lo que los limitaba a ocupar cargos públicos. Su profundo pacifismo y principio de aplicar literalmente los evangelios los convertía en blanco de constantes ataques. Lo anterior los obligó a emigrar hacia el este de Europa y posteriormente a Norteamérica, donde los principios de tolerancia religiosa estaban muy difundidos.

Los testimonios de muchos anabaptistas asesinados por su fe fueron recopilados en el libro el Espejo de los Mártires, de Thieleman van Braght (1625–1664), publicado en 1660. En esta compilación se documentan las declaraciones de fe, historias y testimonios de los mártires cristianos, especialmente de los anabaptistas pacifistas.

Doctrina y legado anabaptista

El movimiento anabaptista se alineó con las doctrinas y postulados generales de la Reforma, pero además defendió la idea de que los cristianos convencidos y bautizados debían seguir fielmente las enseñanzas de Cristo. Como consecuencia se comprometieron a vivir libres de la esclavitud del mundo, amar a los enemigos, abstenerse de toda violencia y solidarizarse materialmente con los pobres.

El anabaptismo puede definirse en tres puntos principales: el discipulado como la esencia del cristianismo, la Iglesia como una fraternidad, y una ética y moral basadas en el Sermón del monte. Los anabaptistas de hoy son los menonitas, los amish y los huteritas, que en muchos casos descienden étnicamente de los anabaptistas de principios del siglo XVI. Se estima que hoy hay en el mundo alrededor de dos millones de anabaptistas.

Este movimiento nos recuerda la constante tensión que existe entre los poderes religiosos y políticos, la necesidad de una conversión y convicción personal hacia Jesucristo y la revisión de las prácticas cristianas relacionadas con el apoyo a la violencia y a la imposición religiosa. También los recordamos cada vez que la iglesia busca aliarse con los poderes establecidos, quiere imponer a la fuerza la fe o buscar posiciones privilegiadas para ejercer control. Por último, nos hacen volver a la permanente necesidad de practicar el evangelio, el amor y la compasión que el cristiano debe mostrar por los más débiles. Falencias muy evidentes en el cristianismo de hoy.

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