Keynesianismo vs Monetarismo (II)

Los aspectos del pensamiento económico actual que llevan la impresión de las ideas de John M. Keynes son numerosos, pero, su contribución principal, por la cual ha ejercido una influencia poderosa y duradera, consistió en la formulación del principio de la demanda efectiva. Con base en ese principio, Keynes concluye que el nivel de empleo y producción es determinado por la magnitud de la demanda agregada y que el Estado puede actuar sobre ésta por medio de instrumentos monetarios y fiscales a fin de alcanzar determinados objetivos de empleo y producción.
La noción de la potencialidad o no neutralidad de la política monetaria y fiscal fue rápida y ampliamente aceptada en los ambientes políticos y académicos de los países capitalistas, donde el mantenimiento de aceptables niveles de empleo pasó a ser una responsabilidad de los gobiernos. Así, muchos de estos países adoptaron en los años 40 y 50 políticas económicas con el explícito objetivo de alcanzar el pleno empleo. Estas políticas, junto con las favorables condiciones objetivas de la posguerra, permitieron que los países capitalistas más industrializados eliminaran la desocupación masiva que caracterizó a los años 30 y se acercaran a las metas que se habían propuesto en materia de empleo.
No obstante ello, la noción de no neutralidad de la política monetaria y fiscal continuó siendo el fundamento de la política económica, aunque ahora los objetivos de la regulación de la demanda global fue suavizar las fluctuaciones de la producción, el empleo y el nivel de precios. Estas llamadas políticas de estabilización, anticíclicas, compensatorias o de “ajustes finos”, fueron concebidas como contrapesos de las oscilaciones económicas espontáneas, que los keynesianos, en general, consideran inherentes a las economías de mercado. Así, por ejemplo, un descenso de la demanda debido al debilitamiento de la inversión privada podría ser compensado por medio de una adecuada expansión monetaria y/o fiscal; lo contrario, una contracción monetaria y/o fiscal podría ser un eficiente contrapeso de un fortalecimiento excesivo de la demanda agregada.
Desde el principio existió una línea de oposición contra Keynes que lo cuestionó, desde diversos ángulos y con intensidad creciente, la validez de la interpretación keynesiana sobre el funcionamiento económico y de su corolario: la eficacia (y la necesidad) de una política económica orientada al mantenimiento de aceptables niveles de empleo y con capacidad para evitar las fluctuaciones violentas de la actividad económica. La existencia de este cuestionamiento ha dado lugar, durante más de cuatro décadas, a una intensa discusión de carácter teórico y empírico entre los partidarios de Keynes por un lado, y los defensores del principio prekeynesiano de neutralidad de las políticas de administración de la demanda por el otro. A este último grupo de economistas se les ha bautizado con el nombre de “monetaristas” y su representante más activo y prominente es Milton Friedman.
La consecuencia practica más importante de la amplia aceptación de las ideas de Keynes fue la de haber dado un impulso decisivo a la profundización del papel estratégico del Estado en la economía y la sociedad; tendencia que, por otra parte, se venía manifestando sin la ayuda de ningún pensador original.
Para los monetaristas, oponerse al planteamiento keynesiano era un dictado de su presupuesto ideológico básico: el liberalismo, que no concibe la intervención estatal más que para garantizar la seguridad interna y externa del Estado, administrar justicia y realizar algunas obras públicas de infraestructura económica esenciales para el desenvolvimiento de la economía. En consecuencia, el mayor peso de la critica al keynesianismo se enfocó a negar la validez del concepto de no – neutralidad de la política de administración de la demanda.
La crítica monetarista inició con el ahora famoso discurso de Friedman en 1967 y que tiene su hito más reciente en los modelos de expectativas racionales, llega al corazón del problema planteado por Keynes. Cómo hemos tratado de demostrar, la política de administración de la demanda opera sobre el empleo en la medida que sea capaz de hacer sentir su ejercicio sobre los salarios reales y, en consecuencia, sobre las ganancias; sólo el estimulo de las ganancias es capaz de convencer a los empresarios de que ocupen a los desempleados. Y lo que dice este enfoque monetarista, en esencia, es que la administración de la demanda no puede alterar el nivel “natural” de desempleo, porque si bien el manejo monetario puede actuar sobre el nivel de precios, el rápido ajuste de las expectativas de los asalariados llevará a que éstos actúen sobre el nivel de los salarios nominales, evitando así la caída del salario real y el aumento de las ganancias.
Keynes admitía de manera por demás explícita, que si los salarios nominales crecen a la par que la demanda agregada, los cambios de esta sólo tienen efectos nominales. La diferencia radica en que Keynes, en 1936, creía que el caso en que los salarios crecen paso a paso con la demanda agregada es una situación extrema y poco probable, por lo que las políticas de regulación de la demanda gozaban de un margen de maniobra suficientemente amplio. Para los monetaristas, en cambio, este margen se ha tornado muy estrecho por la velocidad de ajuste de las anticipaciones; para los partidarios de las expectativas racionales el margen simplemente no existe.
El mensaje monetarista, bien simple y nada novedoso, se puede sintetizar así: a pesar de la presencia distorsionante de la inflación, el precio de cualquier mercancía, el precio de la fuerza de trabajo en primer lugar, se rige por las condiciones de la oferta y la demanda a igual que el nivel del empleo y no hay nada que el Estado pueda hacer para alterar esta situación.
El programa práctico que ofrece el monetarismo es enfrentar abiertamente a los trabajadores con el desempleo a fin de fracturar su capacidad de resistencia y desarticular los sindicatos. Luego, la fuerza del mercado, la fuerza del desempleo, sería el arbitro de la relación salario – ganancia. Lo paradójico de este programa es que si su parte destructiva tiene éxito, entonces el monetarismo habrá recreado las condiciones bajo las cuales será eficaz, de nueva cuenta, una administración keynesiana de la política económica. Es decir, se habrán reconstruido las condiciones de funcionamiento del mercado de trabajo que Keynes asume en el capitulo II de la Teoría General. Ello, desde luego, si el capitalismo sobrevive al tratamiento monetarista. J. M. Keynes debió enfrentar con su pensamiento, tengamos en cuenta que su principal obra “La teoría general de la ocupación, el interés y el dinero” fue publicada en 1936, las consecuencias de la desocupación y la caída de la producción generalizadas, en las economías industriales.
Muy básicamente Keynes planteaba que dada la rigidez de los salarios para ajustarse a la baja, los sistemas económicos no tendían al equilibrio con pleno empleo. Proponiendo remediar esa situación con emisión y con un aumento del gasto público. Como reacción a esta idea equivocada, surge en la Universidad de Chicago, Nóbel de Economía Milton Friedman, la idea que los cambios en la cantidad de dinero son la causa esencial de las fluctuaciones económicas. Encontrando su origen en materia de ideas en los trabajos de Adam Smith.
Los así llamados monetaristas, le dan a la cantidad de dinero el rol fundamental, sosteniendo -con acierto- que la oferta monetaria es el determinante clave de los movimientos a corto plazo de lo que un país produce y además del nivel de los precios en el largo plazo.
La base de su razonamiento científico descansa en una serie de verdades, a saber:
  • El mercado produce la mejor asignación de recursos. Ningún funcionario actuando discrecionalmente, puede obtener otro resultado que no sea una distorsión o una ineficiencia o un retraso en el desarrollo tecnológico.
  • Nada afecta más a la eficiencia, que la inestabilidad en los precios (ya sea que se trate de inflación como de desflación).
  • La economía sería estable, de no ser por las intervenciones de los gobiernos.
  • Sólo reglas monetarias permanentes y estables hacen a una economía estable.
  • Sólo reglas monetarias permanentes y estables crean expectativas favorables.
  • Sólo reglas monetarias permanentes y estables impiden a los políticos las manipulaciones electorales.
Los keynesianos se contraponen argumentando que:
* El mundo real es más complejo que la visión que tienen de él los monetaristas. La realidad histórica nos viene demostrando que los países que siguen reglas claras en materia monetaria, alcanzan niveles de producción y productividad más altos, que aquellos que no lo hacen.
* Tanto precios como salarios manifiestan falta de flexibilidad que impiden los ajustes automáticos. Olvidan que esa falta de flexibilidad es producto del intervensionismo gubernamental. Hay derivaciones de ambas posiciones. Por el lado de los monetaristas, surgieron los llamados economistas de la oferta; por el de los keynesianos, la aceptación de algunos principios monetaristas en determinadas circunstancias. Pero en ambos casos la base de sus propuestas reposa en los argumentos iniciales.

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